Fue por esta época en que Banchero conoció a Daniel Santos Castro, pescador propietario de tres lanchas, a quien en Chimbote más conocían como “Cara de Papa” el primero de una lista de amigos y conocidos que tendría en ese mundo rudo y violento al cual no eran ajenos inclusive algunos desadaptados. Banchero, en efecto era un conocedor de la naturaleza humana, más de un ángel caído con intención de regenerarse con un trabajo honrado encontró cabida en las planillas de “Florida”, y más tarde de las de “Humboldt”, “Los Ferroles” y sus otras empresas, que acogerían a nombre y apellidos que antes solo figuraban en comisarías y juzgados.
El 22 de octubre de 1955 “Florida” empezó a producir, tras superar una serie de contratiempos. No era época de abundancia de bonito, la materia prima de la actividad conservera, pero a fuerza de habilidad y coraje había logrado asegurar su abastecimiento.
Pero su audacia, que incluía mejoras en los precios que pagaban las otras envasadoras, provocó la cólera de los viejos industriales. ¿Qué quería hacer este loco? ¿Pretendía acaso malograr el mercado?.
“Estos viejos creen que el negocio es producir poco y caro. Hay que hacer números: la mano de obra no llega al quince por ciento de los costos. Se debe producir más y pagar más; y sobre todo, trabajar todo el año, no detenerse nunca”, se lo decía a Juan Sagarvarría, quien trabajaba para Envasadora Chimbote y con quien había hecho buenas migas desde un principio, al punto de confesarse ante él en voz alta.
Y es que un nuevo estilo de hacer empresa había llegado a Chimbote. El estilo de alguien que apuntaba más alto, que pretendía no solo vivir el momento sino proyectarse al mañana, que no podía estar tan distante. El secreto de Banchero no era otro que trabajar agotadoramente, de sol a sol, y más allá. “La única forma de crear riqueza es trabajando” era su máxima; y al mismo tiempo que encauzaba “Florida” seguía manejando aun “Productos y Forrajes”, tenía en traspaso el negocio de lubricantes y, cuando era necesario, cobraba inclusive sus facturas o compraba personalmente el pescado para alimentar las líneas de producción de su envasadora.
“Y tú ¿no rezas?”, Le preguntaba a Sagarvarría, quien a su lado, sucio y con la barba crecida, lo acompañaba cayéndose de sueño en la primera misa matutina de una iglesia de Miraflores. Habían llegado de Chimbote para pasar el domingo en Lima, en uno de esos quincenales respiros que se daban, y lo primero que había hecho Banchero era parar su camioneta, a las seis de la mañana, frente a la iglesia. Sagarvarría, que en camino había consumido media botella de whisky, no tuvo otra cosa que contestarle: “No puedo… se me siente el tufo”.
Es que el “estilo Banchero” no desdeñaba la diversión, cuando era necesaria. Hasta hoy se recuerda en el norte su duelo de tragos con el hacendado Carlos Aramburú, en el cual venció sin ser un bebedor de diaria práctica. O la vez que cerró el Mickey Mouse, el más famoso club nocturno del litoral peruano, para celebrar con sus pescadores la botadura de la segunda de sus grandes bolicheras. O cuando en su casa de Chaclacayo reunía a poetas, compositores y otros conocidos, para matizar los negocios con un trago o un piscinazo. Banchero había traído al mundo de los negocios el concepto de que quien trabaja a conciencia merece ser recompensado, e inclusive disculpado de sus pecadillos.
“Lo que yo pregunto es: ¿Chiroca viene con anchoveta, verdad?”; “Sí señor Banchero”. “¿Y hace tres viajes diarios, no es verdad?”; “Sí señor Banchero”. “¿Y también trabajo los domingos?”; “Sí señor Banchero”. ¿Entonces tiene derecho a beberse unas cervezas de vez en cuando?”; “Sí señor Banchero”. Le recriminaba a un empleado de Humboldt, que acudía con la noticia de que Chiroca embarcaba en su bolichera cajas de cerveza además de víveres.
¿Estaba en estas actitudes el secreto de la productividad? En un mundo tan sui géneris como el de la pesca, quizás. Y aunque Banchero no hubiera conocido de teorías para estimular la producción, bien que lo lograba en cada una de sus empresas. La gente lo entendía, y trabajaba; y trataba de ser , el, no solo el mejor sino de rodearse de los mejores, de todo aquel que supiese hacer bien, y rápido, su propio trabajo. En junio de 1956 Banchero da otro gran paso: planea instalar su fabrica de harina. Forma la Compañía Industrial Pesquera del Pacifico Sur, de la mitad de cuyo capital es propietario. Su socio es Wilbur Ellis, un experimentado inversionista de la pesca industrial, propietario de otras fabricas en el litoral. Mas tarde le cambiara el nombre a “Pesquera Humboldt”.
Fue por entonces que personalmente empieza a formar su equipo de pesca. Recluta a Lucho Barrera, a Angel Balazar, mas conocido como “Charol”, a Manuel Guerrero Balazar, a quien mejor se identifica como “Chiroca”; todos ellos pescadores de leyenda. Surgen la “Roxana”, la “Fiorina” y la “Marilú”, bolicheras que se identificaban con los colores verde, blanco y rojo; y más tarde vendrían la “Ana María”, la “Mariella” y la “Giuliana”, bautizadas siempre con los nombres de sus sobrinas.
“Esta lancha es de mi hijo. En el muelle del Callao, frente a la “Fiorina””, habla doña Florentina Rossi Vda. de Banchero. Su hijo le ha dicho que en el muelle tiene una lancha en la cual puede dar un paseo. Charol, quien le ha dicho que la bolichera es “de un señor Banchero Rossi”, le responde cortésmente: “Entonces esta lancha es también suya señora” y la hace subir para darle el paseo.
Pero no todo iba a caminar bien. Hay momentos en que los socios no entienden las proyecciones, y no comparten las urgencias. Banchero era uno de esos empresarios que no dejan para mañana lo que pueden hacer hoy. A su juicio, Wilbur Ellis marchaba lentamente, no daba paso a su iniciativa de duplicar la producción, instalar más fabricas en Chimbote y en el Callao, comprar nueva maquinaria, crecer, crecer. El empresario no vaciló en buscar nuevos negocios, y entabló negociaciones con el yugoeslavo-norteamericano Martín Bogdanovich, épico pesquero internacional, propietario de Star Kist, quien ya tenía participación importante en la industria nacional.
No se habían cumplido tres meses de que Humboldt operaba, cuando ya Banchero formaba su tercera gran empresa de la pesca: Compañía Pesquera Los Ferroles, con un modesto capital de un millón doscientos mil soles. Su socio principal : Star Kist Peruana, pero siempre él controlando el negocio, como el gerente general, aunque Bogdanovich estaba representado por George Goglo en la presidencia del directorio.
A fines de 1957, “Los Ferroles” aumentaría su capital a diez millones de soles, mitad pagado y mitad en cartera, y pronto sería la fábrica más moderna del litoral. Humboldt entretanto se rezagaba, y llegó el momento de tomar una gran decisión.
“Yo no nací para tener socios”, se lo decía Banchero a Juan Sagarvarría, en uno de esos instantes de confidencia. “No puedo continuar con Wilbur Ellis” decía, y la respuesta del amigo no se hizo esperar; “o vendes o compras”. Eso pienso hacer -dijo él- y en el futuro donde veas mi nombre ten la seguridad de que soy el único dueño.
En el ínterin Banchero había asumido, a la muerte de su socio Carlos Manucci, el control total de “Florida”. No fue una maniobra especulativa, sino simple y llanamente el resultado de la ignorancia de los deudos en relación a la perspectiva de los negocios del empresario fallecido.
Fue, en este caso, la viuda de Manucci quien cedió las acciones de su difunto marido en “Florida” por la ilusoria seguridad del plato de lentejas de los negocios de Kendall. El 30 de marzo de 1956, Laura Vega Vda. de Manucci trocó su participación legal en “Florida” (36 %), de lo que pronto sería el más grande imperio del mundo en materia de pesca, por el negocio de los lubricantes, que no tardaron en irse a pique sin una mano que los promoviera, y vendiera adecuadamente.
Ya como único dueño de “Florida”, pues Banchero también había cedido a su socio De La Riva su parte de Productos y Forrajes a cambio del resto de acciones de la envasadora de pescado, la segunda empresa de su género, después de Coishco y delante de otras cuarenta y cuatro más antiguas. El propio Lucho Banchero luchaba el pescado en el muelle, garantizando la materia prima de la envasadora.
“¿Qué pasa muchachos? ¡Hablando se entiende la gente!”, frente a un grupo de enardecidos pescadores que avanzaba amenazador en el muelle, Banchero trataba de ganar terreno. Querían mejores precios y les habían dicho que Banchero trataba de poner precios ruines, pese a los acuerdos logrados entre el Sindicato y armadores. “Yo no he puesto precio, ni siquiera he hablado” dijo Banchero a la masa, pidiéndoles traer al culpable. Y mientras el autor del infundio fugaba, Banchero apaciguaba la protesta y compraba todo el pescado.
Luego vinieron los tiempos difíciles. No sólo la anchoveta empezó a escasear sino que tuvo que vérselas con los especuladores internacionales de la harina, dueños y señores de un negocio en el cual el Perú solo había aportado la materia prima, colocando desordenadamente su producción. Tuvo que llegar el momento en que tenia que enfrentarse con Joaquín Peña, el hombre de Comergeral, que controlaba el comercio mundial de la harina.
“Los peruanos le estamos estropeando el negocio, ¿verdad?”, se lo decía Banchero cara a cara a Peña, cuando este visitó Lima, desesperado por el ímpetu con que actuaban los pesqueros peruanos liderados por él. “Más o menos”, fue la respuesta, a lo cual Banchero replicó: “Más que menos”. Los peruanos están arruinando el negocio a todo el mundo -tuvo que conceder Peña-.
Banchero aprendía rápido. Un empresario tiene que asimilar lo bueno y lo malo, y de la confrontación con Peña sacó el mejor partido. Fueron días intensos en los cuales el magnate español pudo calibrar a Banchero, y este a su vez a él.
“He sido vendedor casi de todo. También soy ingeniero”, así se definía Banchero ante Peña en una de esas madrugadas insomnes, cuando el español le comentaba: “Me dicen que usted se ha hecho solo; tengo la impresión que llegará muy lejos”, le decía “y prefiero que sea mi amigo”. “Yo también lo prefiero” respondió Banchero.
“¿Qué pasa muchachos? ¡Hablando se entiende la gente!”
Luis Banchero fue un hombre sensitivo. Sólo así puede entenderse su aventura en el mundo periodístico. Hay quienes sostienen que fue porque quería ser Presidente, y sintiéndose ya dueño de un imperio económico quiso ser también dueño de un periódico, como lo eran Pedro Beltrán en “La Prensa” o Luis Miró Quesada en “El Comercio”. Para entender esta etapa de la vida de Banchero hay que recordar que en los años sesenta la propiedad de un periódico no era simplemente la propiedad de una empresa; era detentar un poder que escapaba, y superaba, la índole de cualquier otro negocio. Siguiendo su costumbre, Banchero llamó a este empeñó a quienes consideraba más capaces. Pero no tuvo en cuenta que, aún siendo capaces también podrían ser derrochadores.
Luis Banchero Rossi y la prensa
El diario “Correo” nació modestamente en Tacna, con Raúl Villarán Pasquel como director. Este “genio” absolutista y temperamental había descollado como editor “prima-donna” de “Ultima Hora” y “Expreso” y a punta de escándalo y amarillismo se había encumbrado en el gris panorama del periodismo de su tiempo, con ampulosos titulares, despliegues gráficos inverosímiles y gastos astronómicos que desafiaban cualquier presupuesto. Aún el de Banchero.
Banchero editó su primer “Correo” en su ciudad natal, llevado evidentemente por la gratitud. Posiblemente fue cuando tuvo en sus manos el primer número, fresco de tinta y de actualidad, que prendió en él el gusanillo del periodismo, para planear, junto a la febril fantasía de Villarán, la más grande cadena periodística que el Perú tuvo: con aviones, con barcos, con teletipos instantáneos, rotativas, periodistas por docenas y una fábrica de las más elucubrantes primicias.
“Raúl, he puesto una fortuna en sus manos. Por eso mismo don Luis, le voy a pedir que no venga a “Correo” hasta que yo le avise”, Era el principio del fin. “Correo” hacia agua, Villarán se aislaba, expulsaba en su temperamentalismo inclusive a los dueños. Era el más grande fracaso que Banchero había experimentado jamás.
¿Es acaso que fantasía y empresa no tienen un común denominador? Por lo menos en el caso de la relación Banchero-Villarán no tuvo éxito, quizás porque el primero no entendía la especial forma de conseguir lectores (y hacer negocio) que tienen algunos periodistas, o porque a Villarán se le fue la mano, creyendo a Banchero el mecenas omnipotente de todos sus desvaríos.
Cuando vinieron los tiempos difíciles, Banchero tuvo que poner en juego toda su capacidad. Ya había asumido el pleno control de Humboldt, habían nacido Pescamar y Astilleros Picsa, y para gobernar a todas las demás empresas había surgido Oyssa, una organización administrativa matriz, con un verdadero banco de cerebros. Banchero tenía conciencia de que estaba sumergido en negocios muy grandes. “Así es la pesca” decía a Isidoro Loebl, a quien había reclutado para Oyssa junto a compañeros de otros tiempos. “Si ganas, ganas mucho; si pierdes, pierdes todo”, sentenciaba.
“A veces los nervios se me quiebran”, confesaba Banchero cuando le preguntaban “¿como resistes?”, y agregaba: “Debo inspirar confianza. Los bancos no prestan a los asustados”.
Las dificultades con la pesca lo orientaron a la diversificación. Modernizaba, pero no era suficiente. Entró al negocio de enlatar jugos y hortalizas, comprando para ello la Cadena Envasadora San Fernando, una conservera en Trujillo que estaba al borde de la quiebra. Con racional decisión cerró sus fábricas envasadoras de atún y bonito en Chimbote, y las trasladó a Trujillo, donde además de jugos enlataba pescado.
¿Qué proyectaba Banchero para el futuro? ¿Tal vez enlatar la cocona y el maracuyá? Se hicieron los estudios, pero no había dinero para instalar la conservera en Pucallpa. ¿Una mejor utilización de la anchoveta para consumo humano? Empezaron a guisarla ensayándola como escabeche. ¿Una harina que engordara seres humanos en vez de pollos europeos? No hubo capitalistas que impulsaran una fábrica piloto.
“Todo el futuro está en el mar. Pero primero hay que ocuparlo; no basta decir que es nuestro”, Lo decía inflamado de una visión futurista, que no se negaba a compartir con otros empresarios.
Esa visión del mañana murió con el primer día del año 1972. Era sábado y no hacía mucho que había cumplido los 42. El poderoso empresario murió masacrado y apuñalado por la espalda, no se sabe aún ciertamente por culpa de qué mano artera, de qué resentimiento maligno, de qué envidia no satisfecha, de qué complot aún subterráneo. Las mujeres que amó, y que lo amaron, lo recuerdan como un niño grande que quería ser protegido.
¿Qué proyectaba Banchero para el futuro? ¿Tal vez enlatar la cocona y el maracuyá?
Los empresarios que lo conocieron dicen que era un pionero, un tipo fuera de serie. Era tremendamente audaz; lo arriesgaba todo. Parecía que no le quedaba tiempo para nada más; sino para trabajar. Hubiera llegado a donde se lo propusiera. Sus crisis eran pasajeras; sabía como salir. Con él nació el empresario moderno. Amaba al Perú y a su gente. Mucho tenemos que aprender de él…
¿Qué hubiera sido del Perú si aún viviera Luis Banchero Rossi? ¿Hubiéramos dominado antes que nadie la posibilidad de convertir la anchoveta en harina digerible por humanos, logrando una verdadera revolución en la lucha contra el hambre? ¿Su flota se habría dedicado a pescar para la mesa al igual que para la industria? ¿Chimbote habría sido el Hamburgo de sus sueños futuristas?.
Cualquiera que sea la respuesta, ya no está en él. Pero las preguntas están allí; los desafíos aún subsisten. Existe hambre, un mar irracionalmente explotado, un país que necesita una industria propia, seria, consciente de su rol frente al mañana.
Si Banchero hubiera dejado testamento, ese, y no otro, sería seguramente su desafío a quienes lo siguen hoy, mañana y pasado mañana.
Articulo escrito por: Luis Alberto Guerrero Uchuya Primer premio Concurso IPAE 1986. Editado por Empresa Periodística Nacional S.A.
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